Cuenta la leyenda, acerca de una hermosa joven de
largos cabellos dorados atrapada en una torre…cada historia tiene su parte de
verdad, pero ¿tan diferente? Bien parecería imposible, pero Georg ya había
comprobado que no era así.
Atrapado en la punta de una alta torre, el castaño
de ojos verdes se lamentaba solo mirando hacia abajo, al piso; como si ello
pudiera acercarlo un solo centímetro más. Llevaba años en aquél monumento, dese
que era tan solo un niño de 5 años.
¿Por qué?, ni él lo sabía, pero había algo cierto,
es que Bill el guardían de la torre ; asi como el dueño de ella, su celda y al parecer, su vida, no iba a
dejarlo bajar nunca, en un afán desconocido por arrebatarle su libertad.
Si bien ya se había acostumbrado a la estadía ahí,
ya que no le faltaba nada, y a decir verdad tenía muchas cosas en las cuales
entretenerse y olvidar su problema, eso no era vivir.
Eso, y otra cosa. Su cabello largo y lacio había
crecido y crecido, al grado de extenderse por toda la gran habitación que
conformaba su celda; “una celda de lujo”.
-¡Georg!- escuchó la voz de Bill acercándose apareciendo
de pronto por la puerta que daba a las escaleras de la torre; la cual, siempre
cerraba con triple llave impidiéndole salir.
Bill nunca lo había tratado mal, al contrario; hasta
podrían parecer amigos y tal cual, lo eran.
Sabía bien que aunque Bill era quién subía cada día llevándole
comida, alguna que otra petición suya y medicinas si llegaba a enfermarse,
aquél alto y delgado pelinegro de finas facciones no era su verdadero captor.
-¿Qué pasa?- preguntó bajando de la ventana con
desánimo volteando a la puerta. Ahí estaba el cómo cada día, justo a la misma
hora, trayendo una canasta llena de comida preparada y caliente, que había
preparado él.
- No estés así… esto acabará, tranquilo….
-La pregunta es ¿Cuándo?...
Bill se marchó sabiendo que el castaño no quería
hablar dejándole solamente el encargo de su jefe; David.
Tanto como Georg el quería sacarle de ahí, por
alguna razón olvidar las llaves o algo, pero en verdad necesitaba el trabajo.
Con su hermano gemelo enfermo y su madre ya adulta, no podía darse el lujo de
quedarse sin nada, ya que era el único sostén de su familia.
Treinta monedas de oro; era lo que recibía cada día
por subir y bajar de la torre pasado el medio día, y aunque bien podría parecer bastante, el que
Tom estuviera enfermo no ayudaba mucho. Su madre sabía cómo curarlo, pero los
ingredientes para el tónico eran caros, y amaba a su hermano más que a su vida…
Georg lo sabía, y por eso, no insistía en lo absoluto.
Incluso había llevado a Tom de incógnito para entretener un rato a ambos, que
se habían vuelto amigos rápidamente ;pero su tiempo de espera, parecía
interminable…
Una noche; en la cual la luna se había ocultado
indignada por alguna razón; una noche completamente negra donde incluso temía
asomarse a la ventana por tal oscuridad mientras su espacio yacía alumbrado con
todas las velas que encontró, un joven alto y rubio vagaba por el bosque
chocando casi en cuanto se reponía del golpe anterior; aunque quién se llevaba
los verdaderos golpes era su bello caballo blanco.
-Dios; ¿Qué se supone que haga ahora?- se preguntaba
sintiéndose incapaz de seguir, ahora era cuando sentía el peso de su
desobediencia.
Su padre, el rey; le había prohibido salir, más de
noche sabiendo que aquel bosque estaba encantado por uno de los hechiceros más
peligrosos buscado por el ejercito de varios reinos, pero un paseo a la puesta
del sol le había parecido inofensivo, al menos hasta que la luz se apagó.
De repente, entre la penumbra total donde los
arboles muy seguramente no alcanzaban a cubrir el cielo, una pequeña luz
amarillenta muy apagada, se distinguía levemente a lo lejos; donde acababa el
bosque.
Sin pensarlo emprendió de nuevo el camino con obstáculos
hacia ella, acercándose cada vez más, al
grado de verla más grande, más luminosa y también más cálida.
Pronto llego a la tan esperada torre labrada en marfil
y chapas de oro, y maravillado por ella, comenzó a buscar la entrada, la cual,
le prometía el camino hacia la escasa luz que se divisaba.
Arriba, a casi 90 metros de tierra firme, Georg se
estremecía comenzando a temer, pero aún sin atreverse a averiguar que ocurría.
Llevaba más de media hora escuchando pasos y sonidos extraños, los cuales, cada
vez se oían más cerca a través de la puerta que ocultaba la gloriosa escalera
que permanecía vedada para él desde que tenía memoria.
-¿B-Bill? ¿Eres tú?- tartamudeó inseguro mirando a
la puerta donde se detenía el sonido
-¿Hay alguien ahí?- escuchó una voz del toro lado,
soltando un grito ahogado y sintiendo un impulso difícil de evitar de huir,
pero algo en si mismo le decía que no lo hiciera.
-¿Quién eres y… ¡que quieres?!- preguntó el castaño
asustad al menos sabiendo que esa puerta jamás se abriría, y menos en ese
momento
-Lamento asustarte, soy Gustav Schäfer, el príncipe
del reino Luminaria…
El muchacho de ojos verdes no tenía ni la más mínima
idea de que reino era aquél ni nada de eso, pero por lo menos la palabra príncipe le inspiraba
más confianza…
-Y… ¿Qué estás haciendo aquí?
- Como notarás no hay mucha luz afuera que digamos…
y me perdí en el bosque…vi tu luz y
llegué hasta aquí…
-Ya veo- susurró Georg compadeciéndose de el ya que
no le parecía una mala persona…ni siquiera sabía que es estaba ahí, había
llegado por casualidad…-pues…
-Te agradecería mucho que me dejaras entrar, también
está haciendo frío afuera y está cerca la hora oscura…
-Me encantaría pero…no puedo; estoy encerrado aquí…
-¿Cómo?- preguntó Gustav confundido; aquella bella
torre parecería más bien una parte de un palacio
-Nunca he salido de aquí…esa puerta tiene tres
cerraduras, y yo no tengo las llaves- dijo
con desilusión lo que ya tenía muy claro. Le hubiera encantado conocerlo…
-Bueno, habrá otra forma no…por lo que vi; tienes
una ventana muy grande justo al frente
-Bajar por ahí sería un suicidio…
-No me refiero a bajar; si no a subir… solo
necesitas algo lo suficientemente largo para que llegue hasta allá abajo y yo
suba por fuera…
-Ya veo- respondió Georg sin poder evitar que su cara
se iluminara al decirlo…ahora el verdadero problema ¿de dónde sacaría algo tan
largo? Ni amarrando toda su ropa y la de la cama llegaría a tal altura…a menos
que fuera algo diferente y que le estorbaba un poco desde hacía años- no
importa si es algo… ¿raro?
- Cualquier cosa sería mejor que platicar a través de
una puerta ¿no te parece?
-Está bien, vuelve a la ventana, encontrarás con que
subir-dijo emocionado comenzando a recoger su cabello con ambas manos revolviéndose
un poco
-De acuerdo, ahora voy… ¿Cuál dices que es tu
nombre?
-Georg- dijo el prisionero corriendo a la ventana
esperando a verlo abajo…pero no había luz alguna;
¿Cómo lo sabría?
¿Cómo lo sabría?
-¡Georg! ¡Georg!
-¿Gustav?- pregunto atento esperando por la
respuesta
-Estoy abajo; ¿Cómo subo?
-Así- dijo tomando la punta de su larga cabellera
dejándola caer; mientras el otro miraba maravillado la suave y sedosa cuerda
que le serviría de escalera
-Vaya…-dijo impresionado subiendo al instante por
las paredes blancas de la torre, intentando no perder el equilibrio sujetándose
fuertemente, sabiendo que el otro no lo dejaría caer.
Minutos después, completamente cansado llegó arriba;
olvidando todo su pesar en cuanto vio a aquel que lo recibía.
Ahí; en la cima, el dueño de la suave voz que había
escuchado resaltaba entre todo lo demás con su piel blanca, facciones finas y
unos grandes y profundos ojos verde escarlata, que lo miraban maravillado como
si aún no pudiera creerlo.
-¿Gustav?- dijo el hermoso ser acercándose con
cautela, tal cual si aún temiera…
-Gracias por…ayudarme a subir.- contestó asintiendo
con una sonrisa- Lindo cabello
-Gracias…creo- respondió Georg desviando la mirada.
Aquel joven que acababa de descubrirlo le daba grandes esperanzas por alguna
razón, la cual, no tardó mucho en averiguar.
Desde ese día, cada noche, hubiera o no luna; el
Príncipe Gustav aparecía a la misma hora bajo su ventana, y al llamado de “Georg,
deja caer tu cabello” subía acompañándolo hasta que amanecía, o en ocasiones
dependiendo de los deberes de su majestad, hasta que la ida diaria de Bill
estaba peligrosamente cerca.
-¿Qué te ocurre Georg? ¿No te sientes bien?-
preguntaba el pelinegro desde hacía unas semanas, en las que el castaño que aún
en su situación se mostraba alegre la mayoría del tiempo exceptuando algunos
días, ahora dormía la mayor parte del tiempo y parecía que, aun cuando
disfrutaba su compañía, procuraba que se retirara lo más rápido que se pudiera.
Incluso intentó llevar a Tom algunas veces cuando el
gemelo mayor se sentía bien, pero el resultado era el mismo.
-Debes resolverlo Bill- dijo Tom cuando se disponían
a bajar de la torre con cuidado, ya que era una larga escalera
-Ya lo sé… si David se entera, esto puede ponerse
peor aún- respondió bajándolo en brazos como acostumbraba, mientras el otro se
aferraba a su cuello.
Si David se enteraba, además de seguramente quitarle
el trabajo, iría a ver a Georg, con quién Bill se aseguraría de que no tuviera
contacto alguno, o podía ser muy peligroso para el castaño, que preso en
aquella torre, le aseguraba una gran fortuna.
-Deberías verlo en la noche…si duerme en el día,
algo debe hacer cuando no lo hace- articuló Tom dándole una ingeniosa idea a su
hermano, que en cuanto llegó, preparó sus cosas para volver a subir…esperaría
tras la puerta de la torre, y cuando escuchara el ruido, entraría a ver que
estaba ocurriendo…
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