jueves, 8 de noviembre de 2012

Dark Anthems -Capítulo 2


Bill despertó nuevamente muy entrada la noche; reconociendo el lugar. Estaba en un hospital de Anthem, donde al parecer, ya se encontraba en recuperación, sin ninguna otra opción.
Nunca había dejado una misión inconclusa, y esa, no iba a ser la primera. Tan pronto se recuperara lo intentaría una vez más y se aseguraría de que los resultados fueran muy diferentes...el principito moriría mas lenta y dolorosa por haberlo...ni si quiera podía pensarlo...

Lo haría pagar por ello y también, por todo lo que su maldito planeta había ocasionado al pueblo de Anthem, que casi estaba extinto.

Mientras tanto; recostado en su habitación, el príncipe de Tuluxian ideaba su venganza; o al menos lo intentaba, cuando la memoria de aquel chico de piel de porcelana, fina y suave…e incluso lindo nublaba su mente de repente

-¡No!- se regaño mentalmente por tan siquiera atreverse a pensarlo. Aquél extraño no era para nada lindo…si era guapo y lo admitía pero…- ¡No!- se repitió sacándose a si mismo de sus perdidos pensamientos

Hacía muy poco que había recobrado la consciencia; y de antemano sabía que de menos veinte o más guardias estarían custodiando la puerta y el balcón mejor que su vida.

Aunque también se sentía culpable por ello, tenía mucho de que preocuparse como para tenerlo demasiado en mente…apenas si había salido con vida de aquél encuentro , y en definitiva, algo le decía que aquél muchacho, aquél demonio de porcelana volvería por él en un momento que no tardaría mucho en llegar.

Un espiral de emociones lo invadían al encontrarse ante tal situación. Ahora que sabía quién era el asesino de su padre, no dudaba en lo que debía hacer, de lo que no estaba segura, era si; la próxima vez, su próximo encuentro con el pelinegro, el resultado sería diferente.

Y el ir a la tumba no era una opción.

La rabia lo invadió no solo contra su enemigo, si no contra sí mismo por llevarlo de esa manera a sus pensamientos…lo cual parecía no detenerse incluso cuando planeaba el acabar con él.

-¡Ni siquiera te conozco! ¡Basta!- susurró furioso sabiendo que no podría levantarse hasta que se lo dijera el médico real. Cubrió su rostro con ambas manos harto del problema… pero no se iba a detener.
Bill intentaba dormir un poco antes de pensar definitivamente en como acabaría con el maldito príncipe hasta que escuchó abrirse la puerta de su habitación, y ver entrar justo a quien creía y a decir verdad, ya esperaba.

-Ay Bill…- escucho la voz suave del hombre que se acercaba a la cama tranquilamente

-Su alteza…-dijo incorporándose un poco abriendo los ojos y sentándose a como podía en la camilla
-¿Hasta cuándo seguirás llamándome así?

-Hasta el día que muera; majestad- contestó sonriendo al ver al príncipe Sebastian; el único y legítimo heredero del planeta Anthem, que hasta ahora, se había rehusado a ocupar el trono por la seguridad de lo que quedaba de su pueblo, sin embargo, era como si lo fuera.

- Al menos llámame por mi nombre ¿Podrías?

-Si usted lo pide; Príncipe Sebastian

El noble soltó un suspiro al aire. El pelinegro era incorregible; aún con todos los años que llevaba diciéndoselo.

-¿Qué tal sigues? ¿Te duele algo?

-El orgullo- confesó el soldado haciéndolo sonreír aún cuando a él mismo no le causaba nada de gracia. Al lado de la derrota, sus heridas físicas no eran ni un pellizco.- Le he fallado; y le pido perdón; majestad.
-No digas tonterías. Lo único que importa es que estás de regreso.

-No complete la misión que me ordenó. No debería de haber vuelto.

-Suficiente. Solo preocúpate por descansar…ya han muerto demasiados como para que te sumes a ellos.
Las palabras del príncipe lo dejaron en silencio al grado que ni siquiera notó cuando este se marchó. “Ya han muerto demasiados”…

Demasiados, era poco…

Ya no recordaba mucho de su planeta, de la gloriosa nación de Anthem antes de la guerra…más en su mente, estaba perfectamente grabado, cada segundo de aquél maldito día en que todo acabado, cambiando su destino, y acabando con el de muchos…

Él era un niño en ese entonces, de tan solo 5 años de edad. Había pasado el día jugando con su mascota; una hermosa rottweiler dorada que parecería protegerlo de todo, su mejor amiga.

Se habían alejado de casa hacía los campos que bordeaban la ciudad; se disponían a regresar cuando unas enormes luces rojas iluminaron el cielo sorprendiéndolos.

Fue entonces cuando todo comenzó. De repente, todo a su alrededor comenzó a prenderse en fuego, absolutamente todo. Los gritos ensordecedores de la ciudad se iban apagando mientras el fuego avanzaba

-¡No!- gritó el pequeño niño llorando intentando acercarse, antes de que la perra se lo impidiera jalándolo hacia la oquedad de una roca, lo suficientemente gruesa para impedir que algo pudiera hacerle daño.

-Maya, ¿Qué pasa?- preguntaba inundado en un mar de lagrimas al pequeño animal, que aún siendo solo un cachorro intentaba tranquilizarlo lamiendo su rostro como si presintiera lo que estaba ocurriendo.
Horas después todo se apago…todo había desaparecido.

Sin poder resistirlo más el pequeño entro corriendo siguiendo lo que hasta donde recordaba, era el camino hacia su casa…no había absolutamente nada…nada más que cenizas y alguna parte humana reconocible. Ni siquiera pudo encontrar los restos de su hogar…no tardo nada en perderse, y en perder de vista a su pequeña compañera quedándose solo.

Sus padres…todos…estaban muertos. Toda la ciudad había desaparecido

-¡Bill!-de pronto escuchó una voz a lo lejos que pocas veces había escuchado. El hijo menor del rey; el Príncipe Sebastian, con quién pocas veces había jugado en el palacio, lo llamaba junto a la hermosa cachorra que lo había guiado hacía el.

El niño no tardo en correr a sus brazos refugiándose en el, quién miraba aún sin poder creerlo la destrucción de su pueblo, y de casi toda su raza.

Sebastian, de unos 15 años por aquél entonces; el único sobreviviente de la familia real asumió la responsabilidad de proteger a quien sobreviviera, quienes poco a poco fueron llegando a lo que quedaba de los restos del palacio…

Si había unas 100 personas, eran demasiadas. Cada ciudad del planeta había sido destruida.

-¿Ves esto Bill?- dijo el príncipe mostrándole un collar, el cual su padre le había regalado días antes- Se llama Adamantium. Vinieron por él…

-¿Qué vamos a hacer?
 
-Vamos a salir adelante. A reconstruir todo y recuperar lo que es nuestro…

Desde aquél día; el príncipe se había convertido en su hermano mayor; prácticamente su padre. El y el ejército de Anthem, al cual se unió en cuanto el príncipe se lo permitió, lo habían criado y convertido en lo que era. Un vengador de su pueblo.

Había llegado a ser uno de los mejores guerreros de Anthem, que poco a poco había ido creciendo avanzando hacia su gloria pasada. Pero eso no recuperaría todo el daño hecho por el planeta Reden. Habían iniciado una guerra, y no los dejarían salir limpios de ello.

El adamantium, el metal más precioso y resistente del planeta les había sido arrebatado por la nación enemiga, pero aún tenían una arma secreta. Tal vez en menos cantidad, pero más eficiente: el Asgardix.
El planeta se había vuelto fuerte con él, y ahora tenían una nueva meta: Acabar con Reden.

Y ahora él, no había podido terminar con esa misión. Se sentía diminuto por la derrota, y eso, no le agradaba en ningún sentido. Se levantó conteniendo el dolor y busco su uniforme (ya reparado) para ponérselo de nuevo.

Saldría al amanecer rumbo a Reden, ya fuera acompañado o solo, y acabaría con ello costara lo que costara.

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